7 de enero de 2011

EN MEMORIA A MIS MASCOTAS

EN MEMORIA A MIS MASCOTAS

Hace varios años compramos una casa en Lima donde toda la familia disfrutó cómodamente algunos años de nuestra vida, esta nuestra morada era amplia para los cuatro miembros que conforma la familia y por su amplitud compartíamos parte de la vivienda con mi hermano menor, el terreno donde estaba la casa permitió que se delimite dos espacios para jardines, uno en la parte delantera y uno en la parte posterior en donde se sembró algunas plantas ornamentales así como se crió alguna vez algunos animales domésticos.

Mi hermano que vivía con nosotros es el último de los hombres y en esa época trabajaba en un banco ejerciendo su profesión de ingeniero electrónico, y tanto él como yo éramos miopes por lo que teníamos que usar lentes pero en el caso de él su miopía es muy alta y sus lentes son muy gruesos que parecen “fondo de botella” por lo que los familiares y sobre todo sus amigos y compañeros de trabajo le habían puesto el sobrenombre o “chapa” de “ciego”.

La preocupación por los continuos robos que había en la viviendas y que se escuchaban en la radio y se veían en los noticieros de la televisión nos hizo pensar en la necesidad de tener como mascotas a un perro de cierta raza que asustara a los ladrones en caso de algún intento de robo, buscamos el can por un buen tiempo y llegamos a conseguir un cachorro de la raza doberman de apenas pocos meses de edad, por ello era juguetón y muy inquieto por lo que tenía que tenerlo mas tiempo encerrado en el jardín posterior de la casa para que no rompa las cosas al hacer sus travesuras.

Mi hermano se había encariñado con el animal y cuando llegaba de su trabajo dedicaba parte de su tiempo en jugar con él haciéndolo correr por toda la casa, así fue pasando semana tras semanas y siempre que llegaba a la casa al entrar el crepúsculo de la tarde se ponía a jugar con el animal y ambos se divertían mucho.

En cierta oportunidad llegó más temprano a la casa, y nos informó que venía a prepararse para asistir a una reunión con sus compañeros de trabajo en un restaurante del centro de la ciudad pues iban a celebrar el onomástico de uno de sus jefes, como llegó temprano tenía el tiempo necesario para cambiarse de ropa y arreglarse para ir a la reunión; pero como era su costumbre y calculando que aún tenía tiempo fue a ver al perro y lo encontró decaído y poco activo, pero cuando se acercó a él empezó a mover la cola y se puso a saltar como diciéndole que lo saque de aquel lugar, se conmovió y cogiéndolo de su collar y colocándole su cadena decidió sacarlo de la casa a pasear de donde nunca lo había sacado antes, pero como lo había encontrado encerrado e inactivo se enojó conmigo diciendo que lo tenemos al perro muy estresado por mantenerlo mucho tiempo encerrado, y así fue que saliendo de la casa lo desprendió de la cadena y lo soltó para que juegue un rato en la calle.

Yo estaba dentro de la casa y a los pocos minutos escucho insistentemente fuertes silbidos con el tono que identifica a la familia, salgo rápidamente y mirando a todos lados puedo ver a unos cuarenta metros a mi hermano que cogía al perro en el piso de la vereda, corro a ver que había sucedido y al llegar me dice muy preocupado: “Este perro loco se puso a correr por todos lados, se metió a la pista y lo acaba de atropellar un carro, y trae algo para que muera rápido y no sufra” lo veo y constato que estaba politraumatizado y agonizando, regreso a mi casa, cojo una jeringa hipodérmica de diez centímetros cúbicos y regreso, y cargando la jeringa con un bolo de aire se lo inyecté directamente al corazón e hice que el pobre perro terminara inmediatamente su sufrimiento.

Cargando el animal muerto ambos regresamos a la casa y como era obvio, mi hermano procedió al entierro del animal en un espacio del jardín. Con la tristeza que nos producía el suceso y por el tiempo que le dedicamos en desaparecer al animal habían pasado rápidamente muchos minutos y mi hermano ya no se pudo ir a su reunión.

Al día siguiente llega a su centro de trabajo y todos sus compañeros estaban extrañados por su ausencia de la noche anterior, así que el más cercano a él le pregunta de la manera en que siempre se trataban como amigos:

Oye Ciego, que pasó ayer que te estuvimos esperando y no fuiste a la fiesta

Y el les respondió:

¡ES QUE SE ME MURIO MI PERRO!

1 comentario:

ÑÑ dijo...

Que penita, q lamentable..yo entiendo muy bien a su hermano;a mi se me murió mi lorito, le gustaban tanto los caramelos de limón.. Tal vez debí hacerle un perfil glicémico.