12 de enero de 2013

EL VUELO DE LOS CONDORES



EL VUELO DE LOS CONDORES

Cuando vuelan varios juntos o en grupo van organizados, me dijo el campesino que nos servía de guía cuando viajamos atender a las comunidades andinas marginadas en la cordillera apurimeña, habían pasado volando rosando sobre nuestras cabezas nueve cóndores uno detrás de otro dejando aproximadamente diez segundos de intervalo cada uno y siguiendo todos la misma dirección. ”El primero que pasó y que le causó a usted tanta alegría”, es el líder me dijo, los demás lo siguen de cerca, seguro que hay algún animal muerto por esta zona y van a comer, cuando todos hayan llegado no se acercan al cadáver del animal hasta que el líder coma primero y come hasta que haya saciado su hambre; luego permite que todos coman hasta saciarse y luego parten nuevamente con rumbo desconocido hasta encontrar una nueva pieza para saciar su hambre carroñero y así seguir su ciclo de vida. 

Cuando viaje a trabajar en la sierra apurimeña uno de mis deseos y aspiraciones era presenciar en directo el vuelo de algún cóndor y si la madre naturaleza me lo permitía ver a poca distancia y en directo a un ejemplar vivo en su habitad natural y así fue que la pacha mama me premio en varias oportunidades, la primera vez fue para mí todo un acontecimiento pues pude observar a solo un bello y majestuoso animal en uno de mis viajes a las comunidades cuando cabalgando en las alturas por aquellos delgados caminos en las laderas de los cerros, cuando muy cerca pasó un hermoso cóndor  que sin agitar en ningún momento sus alas y balanceandose de un lado a otro se desplazaba cuan inmensa aeronave blanquinegra extendiendo sus largas y robustas alas que abrían por momentos las plumas de sus extremos semejando los dedos de la mano como diciendo adios a quien en ese momento lo observaba y así pasó por todo lo largo del cause del río hasta que se perdió en la distancia; en ese tiempo tenía en mis manos una vieja máquina fotográfica cargada con rollos para fotos en blanco y negro y yo ingenuo, pensando ser un artista de la fotografía tomé varias fotos al animal en pleno vuelo en los varios minutos que me permitió observarlo, la decepción fue cuando revelé las fotos ya que por ser en blanco y negro las imagenes de la exuberante flora andina enmascararon todas las demás figuras así que solo pude rescatar una en donde se podía ver con ayuda de una lupa la silueta del bello animal en pleno vuelo.

Ya estábamos almorzando en una humilde choza de las que abundan como vivienda de la población andina a lo largo de los andes, al detener por unos minutos las atenciones médicas de la mañana en otra de las muchas comunidades a la que visitamos, cuando un niño algo agitado y con alegría desbordante se acercó a nuestra mesa para avisarnos que en el árbol cercano a la casa se había posado un cóndor; salí presuroso y me fui acercando al único árbol que acompañaba la vivienda a unos pocos metros de donde nosotros estábamos almorzando y pude observar a la hermosa ave, estábamos a unos diez o doce metros del animal que queriendo descansar de su largo trajinar, la inmensa ave aleteaba tratando de acomodarse en el árbol que sin ser pequeño lo perecía por el gran tamaño del ejemplar que reposaba en sus ramas, nadie de los pobladores trataban de molestarlo ni siquiera los niños, lo observaban como yo para seguir el juego de mi curiosidad; para mí era como observar una divinidad por la majestuosidad de su tamaño, la impresionante envergadura que mostró en algún momento cuando al desplazar sus alas en el afán de acodarse pude calcular unos cuatro a cinco metros de un extremo al otro extremo de la punta de las alas, y por sus colores que siendo un ave con plumaje casi todo de color negro salvo algunas plumas especiales del centro de las alas y de su hermoso cuello que son blancas como el color como la nieve de las cordilleras, mostraban la elegancia y la nobleza que tiene el cóndor andino y que muchos no conocemos.

Muchos momentos deliciosos acompañaron mis viajes en la sierra apurimeña que me gustaría compartir con todos, sin embargo a veces se me hace muy difícil describir tanta belleza, las palabras no alcanzan detallar los encantos que Dios nos dejó para observarlos y sobre todo para que nosotros los seres humanos lo disfrutemos, siempre recuerdo el viaje que hicimos para hacer atención médica  en la comunidad de “Antilla” cuando una familia no pidió de manera especial ir a atender a una señora muy enferma, “aquisito no mas”, unos cerritos más adentro, aceptamos ir y así me designaron a mí; después de un día de largo viaje en caballo llegamos al lugar y al día siguiente, después de atender a la señora, por la tarde regresábamos lentamente y por ser muy larga la distancia nos dio la noche, era luna llena y durante las largas horas de viaje nocturno sobre las alturas de la cordillera, observamos que se dibujaba en el horizonte, cual cuadro de Miguel Ángel,  varios nevados unos detrás del otro que imponentes cada uno parecían querer sobresalir entre los picos que formaban una hilera que abarcaba todo lo que nuestra vista podía ver en la distancia y con la luz de la luna llena pintaban de plata la nieve de sus cimas haciendo contraste cual diamantes colgantes de un collar en el cuello azul oscuro de la noche y que le daban al momento un sabor celestial, eran la cadena de nevados del gran Salcantay.  Así, haber visto este paisaje y también haber visto al cóndor en pleno vuelo y haberlo tenido casi en mis manos tubo para mí un sabor muy muy especial que quisiera que todos la tuvieran para que podamos amar más a nuestro hermoso país.