14 de diciembre de 2010

COMO QUISIERA QUE REGRESE MI NIÑEZ, PERO SIN PULGAS

Dicen los expertos que la mejor etapa del desarrollo del hombre es la niñez, en esa etapa todos somos inocentes, confiados, espontáneos, sensibles y sobre todo muy nobles; siempre y cuando el ejemplo de los padres sea la principal guía de conducta marcando constantemente al niño los límites entre lo permisible y lo prohibido. Alguna vez todos hemos sido niños y recordamos con nostalgia nuestras aventuras con nuestros hermanos, amigos del barrio o de la escuela y sobre todo sentir la agradable sensación de confiar y de sentir la protección de nuestros padres.

Así recuerdo que mis primeros años de enseñanza primaria lo hice en una escuelita fiscal cerca de la casa donde vivíamos, nosotros éramos cinco hermanos en esa época y yo soy el segundo, y los tres mayores ya asistíamos a ese centro de estudios que sólo ofrecía enseñanza hasta segundo año de primaria, lo que en la actualidad es tercer grado; y como en ese tiempo no había nidos ni jardines el año que se le llamaba transición, previo al primer año de primaria, lo dividían en transición A y B según la edad del escolar y que corresponde en la actualidad a la etapa del nido y luego del jardín.

Cuando mi hermana mayor que ya había cumplido los cinco años tenía que ir a la escuela por primera vez, yo me iba a quedar en casa, tenía cuatro años y en agosto cumpliría los cinco, con mi consentimiento mis padres nos matricularon a ambos para que iniciáramos la escuela juntos y así fue que desde ese año hasta finalizar la secundaria mantuvimos año a año constancia en los estudios.

Transcurrieron con alegría y con éxito transición A y B, luego vino el primer año y el segundo y en este último era nuestra profesora la misma Directora del plantel que se caracterizaba por que tenía un carácter muy fuerte, era exigente y algo colérica, creo que enseñaba la directora porque escaseaban los buenos profesores; ese año ya nos acompañaba en la escuela nuestro hermano el tercero de la lista y los tres íbamos y regresábamos diariamente sin contratiempos.

Cajamarca era una ciudad pequeña, sin buenos servicios básicos y era costumbre que cada cierto tiempo algún compañero de clase se enferme de tifoidea que popularmente la llamaban “Fiebre intestinal” así como se llene de “cushpines” que no eran mas que parásitos intestinales, siendo el mas conocidos la lombriz intestinal y los oxiuros. Abundaban también los parásitos externos sobre todo las pulgas que nos obligaba diariamente a pedir urgente ayuda a la mamá para que las busque dentro de nuestra ropa cuando por el escozor que producía alguna “picadura” nos teníamos que “rascar” y aparecían en el cuerpo las molestas “ronchas”, buscar una pulga era todo un ritual que demoraba algunos minutos, mi madre nos revisaba de manera ordenada segmento por segmento de nuestro cuerpo de la cabeza a los pies hasta dar con el intruso parásito y que se había fijado en nosotros como una “sana costumbre”.

Cierto día en la escuela, a mi hermana y yo, nos tocó evaluación de curso y nos estaban tomando examen de uno de las materias mas importantes del segundo año y estábamos muy concentrados en desarrollar la prueba pues la señora Directora paseaba por el aula muy atenta al movimiento de los alumnos; todos los alumnos manteníamos casi un silencio “sepulcral” para desarrollar la prueba; cuando repentinamente por una de las ventanas del aula apareció nuestro menor hermano llorando a “moco tendido” como se popularmente, y con voz fuerte y rascándose insistentemente la “barriga” llamó a mi hermana y le dijo:

“LUCHA, LA RONCHA”

Y todo el salón se “mato de risa”

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