7 de diciembre de 2010

¡CHANCAY CHANCAY! ¿ALGUIEN BAJA EN CHANCAY?

El servicio de transporte terrestre progresivamente ha cambiado mucho desde hace muchos años, antes existía mucha informalidad, los ómnibus interprovinciales hacían sus viajes mayormente de noche, paraban donde querían y en cada pueblo o ciudad llenaban las unidades con pasajeros hasta que reviente; pero eso sí, la gran mayoría de veces eran dos los choferes por cada unidad que se turnaban en el manejo “mitad y mitad” la totalidad del viaje y siempre se reservaba un asiento un poco hacia atrás y ubicado en el pasadizo para que el chofer que no estaba manejando descanse mientras el otro chofer conducía, era el llamado “asiento del copiloto”.

En una empresa de transportes de Lima a Chiclayo y que ahora ya es historia, trabajaban dos primos, ambos habían logrado que la administración de la empresa los ponga juntos para realizar los viajes y como es obvio se ayudaban mucho sobre todo cuando había que visitar a la familia pues mientras uno iba a ver a su esposa e hijos el otro hacía parte del trayecto manejando solo.

Ambos primos tenía una personalidad muy particular, mientras uno aún sigue siendo delgado, de caminar lento y casi siempre con un cigarrillo en la mano; el otro era robusto de muy buena presencia con bigote al estilo de “galán de cine mexicano” y muy “bien parecido” y los que lo conocieron decían que su éxito con las mujeres era la envidia de todos sus compañeros; sin embargo como a todos los hombres, ambos primos siempre mantenían especial atención con las mujeres.

En cierta ocasión les tocó viajar juntos de Chiclayo a Lima, el viaje era largo y duraba toda la noche; salieron de Chiclayo a las siete con el ómnibus casi lleno y como todos los días en el trayecto iban subiendo y bajando los pasajeros en la medida que recorrían su ruta hacia la capital y a los pocos kilómetros de haber iniciado el viaje uno de ellos se fue a descansar al “asiento del copiloto”.

Pasaron las horas y se recorrieron muchos kilómetros y pasando Huarmey estando a medio trayecto el ómnibus se estaciona en una cafetería, era la hora del relevo y el chofer que estaba manejando debería ir a descansar y el que había descansado le tocaba seguir la ruta hasta Lima. El primo que fue a descansar caminó lentamente por el pasadizo del ómnibus que iba a media luz y mientras más se acercaba a su “asiento” le embargaba progresivamente una gran satisfacción y es que junto a su asiento de copiloto estaba viajando una hermosa dama, muy jovial y risueña y que respondió con cortesía el saludo que le ofreció cortezmente antes de sentarse.

Iniciaron una amena conversación y la dama respondía amablemente, el ómnibus seguía su ruta, pasaron el pueblo de Supe y el valle de Huaura; era de madrugada y todos los demás pasajeros estaban profundamente dormidos y se acercaban al poblado de Chancay. Impulsado por sus hormonas que estaban muy revueltas y dando por hecho que la dama iba a aceptar sus impulsos, el primo intentó darle una beso a la dama en la oscuridad de la noche; pero cuál sería su sorpresa que ella respondió bruscamente con una certera cachetada en la cara, y en el silencio de la noche se escucho muy fuerte un ¡PLAF!, que despertó a todos los pasajeros.

En ese momento, el primo se levantó de su asiento y haciendo fuertes palmadas con las manos muy abiertas y recorriendo de extremo a extremo todo el pasadizo del ómnibus en movimiento, dijo en voz alta: ¡PLAF! ¡PLAF! ¡PLAF! “Chancay Chancay, ¿alguien baja en Chancay?

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