2 de agosto de 2011

DIOS PONE EN NUESTRAS MANOS LAS DECICIONES QUE EL SUELE TOMAR

DIOS PONE EN NUESTRAS MANOS LAS DECICIONES QUE EL SUELE TOMAR

Cuando transcurrían los primeros años de mi vida laboral en el departamento de Apurimac, compartía el trabajo con un buen amigo, muy inteligente, de carácter muy pasivo, pausado en sus intervenciones y de muy buen corazón; en un espacio que nos dio el arduo trabajo que teníamos nos pusimos a conversar sobre las historias que habíamos experimentado en nuestra formación profesional en los hospitales de la capital, y nos relató la siguiente anécdota que refleja como Dios pone en nuestras manos las decisiones que él suele tomar.

En un hospital muy grande de la ciudad de Lima que presta servicio de hospitalización mayormente a varones había un paciente de muy avanzada edad, sufría por los muchos años que llevaba encima una serie de enfermedades y complicaciones que hacían de su vida un verdadero suplicio mas que una vida digna de vivir en una persona mayor.

En ese servicio donde estaba hospitalizado este paciente, realizaba su trabajo una religiosa de mucha fe, muy fiel a sus principios y devota a brindar todo el amor que su profesión le permitía así como toda la dedicación que podía dar a cada paciente por su condición de enfermera.

El mencionado paciente llevaba muchos días hospitalizado con episodios de mejoría y agravamiento de sus enfermedades, los gastos ya habían sobrepasado el presupuesto familiar y todos los miembros de dicha familia estaban muy agotados y cansados de gastar sin tener esperanzas, no había mejoría y se sentían que su esfuerzo era casi inútil y se lamentaban de verlo sufrir diariamente.

Cierta mañana en que la religiosa se dirigía al servicio para atender a los pacientes fue interceptada por un grupo de los familiares del anciano paciente y uno de ellos tomando el liderazgo se dirigió a la religiosa y le manifestó lo que habían acordado previamente:

“Madrecita” dijo inicialmente, “Háganos un gran favor”, la religiosa de buen corazón respondió: “Con mucho gusto hijos míos, de que se trata, en que puedo ayudarlos” el familiar continuó: “Madre, no quisiéramos que se moleste” a lo que la religiosa inocente a ese momento, insistió en que no se preocupen y dijo: Díganme lo que sea que yo veré como los puedo ayudar” a lo que el familiar respondió:

“Queremos que le ponga algo a nuestro paciente para que se muera y ya deje de sufrir”

La religiosa se sorprendió intensamente y la sangre se le revolvió de rabia, pero tratando de contener su cólera, su indignación y su desgano; pero con gran vehemencia dijo a cada uno de los familiares que ella era una religiosa y que no podía hacer lo que le estaban pidiendo, y se alejó raudamente conteniendo su incomodidad por el peculiar y controvertido pedido de los familiares.

Ese día, el equipo médico del piso inició la visita diaria de los pacientes, discutiendo cada uno de los casos, dejando las indicaciones y los respectivos tratamientos a cada uno de los enfermos, los familiares de los pacientes esperaban ansiosos por los resultados de la visita esperando saber que otras cosas mas pedirían para sus enfermos, todos miraban por las ventanas del pabellón atentos a los que hacían los médicos y enfermeras del servicio; mas cuando pasaron visita por el anciano enfermo, este se había agravado y estaba convulsionando, de inmediato el médico ordenó a la jefa de enfermeras que se le ponga un diazepan como anticonvulsivante, y la jefa de enfermeras consiguió la medicina y le ordenó a la religiosa que se lo ponga, quien con mucho empeño y especial dedicación de dirigió al paciente y le colocó la ampolla. Pero sucedió algo imprevisto, mientras la religiosa le colocaba la ampolla y los familiares observaban en la distancia la administración del medicamento, el paciente falleció en brazos de la religiosa.

Los médicos que conocían el pronóstico del paciente no se hicieron mayores problemas, sólo atinaron a pedirle a la propia religiosa que avise a los familiares del deceso de su paciente. Ella caminó lentamente hacia la puerta con cierto nerviosismo por lo sucedido, agitando su hábito cubierto por su blanco mandil, pensando en que palabras usar para dar la mala noticia; y cuando abrió la puerta los familiares no lo dejaron hablar y todos lo abrazaron de felicidad, gritaron casi todos a la vez:

GRACIAS MADRECITA POR ACEPTAR NUESTRO PEDIDO.

1 comentario:

Unknown dijo...

La descrición llena de color y detalle nos traslada al momento de la anecdota. Ese es el don del buen narrador.