8 de enero de 2012

A VECES CHOFER A VECES MEDICO


HA VECES CHOFER A VECES MEDICO

Había terminado mi formación profesional y tenía que cumplir con el estado sirviendo por un año haciendo mi servicio civil de graduando, así que me designaron para ir a trabajar como mano de obra barata a un pueblito muy pintoresco del departamento de Apurimac ubicado casi en la mitad del trayecto entre la ciudad de Cuzco y Abancay; el pueblo se llama Curahuasi y después de preparar minuciosamente mis cosas compre un boleto de viaje de Lima a Cuzco en avión para pagarlo en abonos en una agencia de turismo que me recomendó un amigo y así me fui a tierras donde nunca había estado y que yo aún no conocía. Tenía la ventaja de que allá ya se encontraba un compañero de universidad y amigo quien con sus nuevos conocidos del lugar me esperaron en el aeropuerto y después de hacer algunas gestiones en la Región de salud y con la credencial en la mano nos dirigimos hacia Curahuasi ya un poco tarde entrada la noche.
En el centro de salud era el médico jefe, que además de vivir en uno de los ambientes del centro también tenía que hacer la labor de guardianía cuidando la infraestructura y haciendo atenciones de emergencia durante las noches a la luz de las velas o de una lámpara “petromax” que ayudaba un poco mas que unas cuantas velas, el centro médico tenía una ambulancia que apenar había recorrido diez mil kilómetros, tipo camioneta rural marca “Land Rover” y como no había quien lo conduzca tuve que aprender a manejar en tiempo record para hacer también la labor de chofer, y así durante doce meses trabaje solo sin los amigos ni familiares en un pueblo exclusivamente quechua-hablante bastante lejos de mi tierra natal la bella ciudad de Cajamarca.
Con el transcurrir de los meses fui haciendo nuevos amigos, poco a poco fui siendo parte de un grupo de personas que mantenían una bella amistad con el párroco del pueblo un catalán que fumaba bastante y que su frase mas conocida de su bonachona actitud era: “quiero ser santo”, así me hice amigo de una pareja de esposos, profesores muy respetados en el pueblo y de un grupo de religiosas pertenecientes a una congregación de religiosas de la orden de las “Franciscanas misioneras de María” y que entre sus miembros había una enfermera de nacionalidad mexicana que trabajaba conmigo en el Centro de salud. La vida de trabajo fue intensa y apasionante sobre todo los primeros meses en que superando la etapa de adaptación a una población quechua-hablante me enfrentaba a una cultura diferente y que significó un fuerte impacto para mi que no sabía hablar quechua y que además porque el campesinado vivía un tiempo y un espacio propios sin estar pegados al reloj por eso todos los días esperaban en las puertas del centro médico desde las primeras horas de salida del sol buscando una atención de sus múltiples dolencias.
A pesar de ser jefe de centro de salud, mi sueldo era menor que el personal de limpieza ya nombrado hacía muchos años en el centro, además contaba con una técnica en farmacia, dos enfermeras, dos técnicos de enfermería, una obstetriz, un odontólogo u una persona encargada de la limpieza. Al finalizar el día después de hacer dos turnos uno en la mañana y otros en la tarde salíamos después de las cinco de la tarde caminando unas cuantas cuadras hasta la plaza principal del pueblo donde en una cafetería tomábamos una deliciosa taza de café que nos preparaba la anfitriona acompañado de unos cuantos cigarrillos que fumábamos hasta que llegue la hora de ir a comer a la pensión del pueblo.
El pueblo era aún pequeño pues tenía una población de dos mil quinientos habitantes, había unas tres calles paralelas a las aristas del cuadrado de la plaza de armas y el centro de salud estaba en el extremo inferior del área urbana muy cerca de la carretera principal que allí le llamaban carretera panamericana, como la ambulancia estaba a mi disposición yo me las ingeniaba para que colocándole gasolina con mi propio peculio me servía de movilidad a todos lados; pero lo mas importante del uso del vehículo fue que muchas veces tuve que trasladar pacientes hasta la ciudad de Abancay o Cuzco para que les solucionen enfermedades de emergencia o enfermedades que en mi centro médico no se podían resolver, y como siempre yo tenía que ir manejando parando por momentos para atender al enfermo haciendo labor de enfermero, médico y chofer al mismo tiempo.
Como el traslado de pacientes, muchas veces no lo podía hacer solo, me veía en la imperiosa necesidad de invitar a mi amigo el profesor quien era vecino mío, el gustoso aceptaba acompañarme y lo hacía con muchas ganas porque cada viaje que hacíamos a la ciudad imperial a él le servía para realizar comprar de los insumos básicos que necesitaba para su hogar y que comprando lo necesario le duraban por un largo tiempo hasta un nuevo viaje; trasladando al paciente llegábamos al hospital regional siempre yo al volante de la ambulancia y después de hacer la entrega del enfermo al servicio de emergencia nos dirigíamos al taller de maestranza para que le den mantenimiento al motor de la ambulancia dándole los ajustes necesarios para su buen funcionamiento y el afinamiento respectivo para que no tengamos ningún problemas durante los viajes.
Los mecánicos siempre me veían llegar manejando la ambulancia y a mi amigo profesor acompañándome y cuando estaban trabajando en motor él solía ir a realizar sus compras y yo me quedaba esperando a que terminen para que casi al final del día yo pueda recoger el carro la mas pronto posible y regresar antes de que nos de la noche y llegar a nuestro destino sin contratiempos, siempre que necesitamos de los servicios de los mecánicos nunca nos identificamos con ellos y de tanto visitarlos se hicieron nuestros amigos.
Los viajes al Cuzco se hicieron relativamente frecuentes, yo siempre iba al volante de la ambulancia y mi amigo el profesor acompañándome y cuando entregábamos el vehículo para su mantenimiento saludando a los señores mecánicos yo me quedaba con el vehículo y mi amigo como siempre se iba hacer sus compras, durante horas yo era el que esperaba que terminen de darle el mantenimiento al carro y/o arreglar los desperfectos y al terminar iba a recoger las cosas de mi amigo el profesor y después de reclamar el vehículo, regresar a nuestro querido Curahuasi.
Esta rutina se fue repitiendo de manera frecuente cada cierto tiempo, tanto que ha pesar de no conocer los nombres de los mecánicos se hicieron nuestros amigos y su amabilidad fue siempre placentera par mi y para mi amigo el profesor.
Había transcurrido casi un año y yo estaba finalizando mi servicio civil para el estado, y en cierta oportunidad en que trasladamos un paciente muy delicado a la ciudad del cuzco, llevando al paciente realizamos la misma rutina que hacíamos en cada viaje, dejamos al paciente en emergencia y también en su momento dejamos la ambulancia para su mantenimiento respectivo, pero esta vez sucedió algo inesperado pues la ambulancia necesitaba unos repuestos y había que adquirirlos, para ello teníamos que hacer algunos gastos y alguien tenía que ir a realizar la compra de las piezas en una tienda de repuestos, el mecánico que ya nos conocía de vista después de haberlo visitado tantas veces se acercó a mi y entregándome una pequeña lista escrita en un trozo de papel medio arrugado y sucio de grasa, me dijo: “debes decirle al doctor, que debe comprar estos repuestos para que la ambulancia quede bien”. Yo me quedé sorprendido y al inicio no comprendía lo que me dijo; “debes decirle al doctor”; hasta que entendí la confusión, los mecánicos de maestranza del hospital del Cuzco siempre habían pensado que como yo manejaba la ambulancia y me quedaba con ellos esperando hasta el final a que arreglen el motor de la ambulancia, yo era el chofer y mi amigo que se iba hacer sus compras, era el médico, bendita confusión. Sin darles mas explicaciones tome el papel y me fui a cumplir lo solicitado.